jueves, 7 de mayo de 2015

Deconstruyendo Atrio

Artículo de Luis López Silgo, Director del Curso de Restauración Básica.


 ¿POLÉMICA O DEBATE?

Parece poco probable que la polémica (RAE: Arte que enseña los ardides con que se debe ofender y defender cualquier plaza) sobre el proyecto ganador en el concurso del Atrio de la Alhambra, se transforme en un verdadero debate (RAE: Discusión de opiniones contrapuestas entre dos o más personas), a causa de la polarización ideológica de las dos facciones oponentes. Parte de las opiniones expresadas públicamente adolecen de esta contaminación, declarándose a favor o en contra, en función de afinidades doctrinarias o lealtades materiales. A veces incluso reconociendo no haber visitado la exposición, ni haber visto el proyecto en la web.

Resultaría más beneficioso para el monumento, para el proyecto y para todos los agentes involucrados, que el debate se centrase en aspectos concretos del concurso y del proyecto, al margen de aspectos tangenciales, como el indiscutible palmarés del autor o las carencias del Albaicín. Las reflexiones y los interrogantes que se plantean a continuación, junto con alguna sugerencia, tratan de contribuir a sopesar y valorar el alcance y la repercusión de las actuaciones.

CONCURSOS Y GALARDONES

El resultado de los concursos de arquitectura depende en buena medida de la correcta formulación de sus bases. Y en otra gran parte, de la actitud de los jurados y de los participantes frente a las estipulaciones de aquéllas, adoptando un sentido crítico constructivo, con la intención de corregir posibles errores o carencias de las bases, para procurar una mejora de las condiciones del concurso y por lo tanto de sus resultados.

El Ayuntamiento de Granada se propuso –hace ya 40 años- prolongar la Gran Vía, desde la plaza de Isabel la Católica a la plaza de la Mariana, atravesando el barrio de San Matías, en una operación de saneamiento urbano y social que pretendía resolver los problemas de tráfico y suprimir las actividades de comercio sexual en la zona. La presión de colectivos profesionales y vecinales, que se oponían a la destrucción del barrio, obligó a la convocatoria de un concurso, en el que colaboró el Colegio de Arquitectos, facilitando información complementaria a la escasa documentación que había proporcionado el Ayuntamiento. Las bases del concurso establecían claramente el objetivo de la prolongación en curva, atravesando el corazón de la ciudad.

Un grupo de compañeros, que habíamos terminado la carrera ese mismo año, preparamos una propuesta en la que optamos por no prolongar, aportando otras soluciones al tráfico; corriendo el riesgo de ser descalificados por incumplimiento de las bases. Nuestra sorpresa fue mayúscula cuando en abril de 1976 se nos comunica que habíamos obtenido el tercer premio del concurso. Pero aún resultaría más sorprendente que de los 16 proyectos presentados, tan sólo uno había atendido el requisito de la prolongación, y no había obtenido reconocimiento alguno.

Hace ya largo tiempo que no se produce esta actitud de crítica positiva hacia las regulaciones básicas de los concursos, por parte de los jurados y de los concursantes. Pienso que esto es debido a que, en la mayoría de los casos, estos grandes concursos responden a decisiones políticas; y también porque, sencillamente, una buena parte de los arquitectos (y más aún los “superstar”) han pasado de tomarse su trabajo con un sentido profesional, a entenderlo más bien como una actividad comercial; y a veces hasta propagandística, en favor de sus mentores.

Se pretende otorgar carta de infalibilidad al proyecto del Atrio, por el simple hecho de que haya sido seleccionado por un “jurado de expertos”. Pero entre sus miembros no había una mayoría de arquitectos y las Bases del concurso, tan sólo exigían que una tercera parte lo fuesen.

Tampoco existe una garantía total de independencia, puesto que a veces, en estos concursos de máximo nivel, quienes son hoy jurado, mañana son concursantes y viceversa. Constituyen círculos más bien cerrados, que se apoyan en algunos departamentos de las escuelas de arquitectura y en las revistas profesionales. Otras veces, las combinaciones de los votos de los arquitectos con los de los otros miembros, arrojan insólitos resultados. También ellos se pueden equivocar.

Cuando se convocó el concurso del Museo de la Acrópolis en 1989, ya se habían producido otros dos con anterioridad, dirigidos exclusivamente a arquitectos griegos. Ninguno de los tres llegó a ejecutarse. Hasta el año 2003 en que dio comienzo la obra con el proyecto de Bernard Tschumi, que había sido elegido en un cuarto concurso, esta vez realizado por invitación a varios estudios de nivel internacional. Un ejemplo de que siempre hay tiempo para reflexionar y reconducir los concursos, hasta estar completamente seguros de que se cumplen las necesidades reales por las que el certamen ha sido convocado.

Posiblemente unas bases de partida poco adecuadas, junto al conformismo de los técnicos participantes, ha dirigido al concurso del Atrio de la Alhambra hacia unos resultados que han generado unas fuertes críticas. Aunque éstas, en su mayoría, carecen de razonamientos y son más bien de tipo militante, otro tanto sucede con los defensores, que no alcanzan más allá de manifestar su adhesión inquebrantable al maestro Siza. Unos y otros se acusan de oportunismo político y en ambos casos tienen razón, sin llegar a darse cuenta de que, en realidad, son las dos caras de una misma moneda.

Como argumento para acallar las voces disonantes respecto del proyecto, suele hacerse referencia al autor y sus indiscutibles méritos, lo cual es una perversión del sano debate. No se trata del individuo ni de sus títulos, que merecen todos los respetos, sino del proyecto galardonado. Al fin y al cabo no se ha celebrado un concurso de personas, sino de proyectos; y en todas las carreras existen aciertos y fracasos. Basta echar un vistazo a algunas de las esculturales realizaciones de Calatrava, muchas veces reñidas con la utilidad; el último y absurdo capricho del maleducado y soberbio Frank Ghery (viviendas en forma de bolsa de papel arrugada); los desvaríos megalómanos de Zaha Hadid. Todos ellos muy premiados y todos sus proyectos carísimos.

Parece que Granada no tiene suerte con la obra del arquitecto portugués. El único precedente de Siza en la ciudad, la casa Zaida, no es precisamente un gran acierto, con esa rendija abierta en la fachada principal, como los patios-tendedero de los bloques de viviendas baratas de posguerra, además de incrementar las alturas del edificio preexistente. El hecho de estar en posesión de unos determinados títulos, no garantiza en absoluto la calidad y la adecuación de los resultados.

Por lo tanto, los proyectos de los arquitectos con premios (ya sean Pritzker, Príncipe de Asturias o cualquier otro) son tan opinables como los demás y no se pueden contrarrestar las críticas concretas a un proyecto, alegando los méritos de un premio concedido al autor. Y todos los ciudadanos –independientemente de sus títulos, sus cargos o su posición social- tienen todo el derecho a expresar su opinión, ya que los usuarios están incluidos en los criterios de valoración del patrimonio, determinados por las cartas de restauración y por la política cultural de la Unesco. Y además, son los que pagan todas las facturas.

CONTRA EL PLAN DIRECTOR

El Plan Director de la Alhambra, en la Línea Estratégica Nº 2”, en referencia al Atrio, establece con claridad: “Partiendo de las premisas de configuración de un espacio abierto, plenamente adaptado al entorno, y del respeto a las masas vegetales existentes, se apuesta por una arquitectura de vanguardia…” Condicionante que recogen literalmente las cláusulas del concurso, en su Base nº 2.

Sin embargo, en los Anexos técnicos se fija el ámbito de la actuación en una zona con una masa vegetal existente. El emplazamiento elegido para la implantación del Atrio resulta incompatible con este requisito que impone claramente el Plan Director y recogen las Bases. ¿Cómo es posible que se delimite un emplazamiento que sitúa la edificación sobre masas vegetales existentes?

El Plan Director es un instrumento que no puede ser modificado por las bases de un concurso, ni mucho menos (como es el caso) por un anexo técnico del mismo. ¿Es que nadie –ni concursantes, ni jurado, ni el secretario administrativo- leyó las Bases del concurso o es que han sido pasadas por alto? Según esto, se habría desarrollado todo el certamen contraviniendo las estipulaciones del Plan Director y de la propia Base 2, en lo referente a la masa vegetal. ¿No sería condición suficiente para impugnar y proclamar la nulidad del concurso? ¿Quién decidió esa ubicación?

Resulta escandaloso que una institución pública decida construir sobre una zona, cuya vegetación ha sido previamente protegida, por un plan que la propia institución ha redactado y aprobado. No hace mucho tiempo, los tribunales obligaron a la Universidad de Sevilla a la demolición de la biblioteca, construida en el Prado con proyecto adjudicado por concurso a Zaha Hadid y la cooperación del Ayuntamiento y la Junta de Andalucía, por ser zona protegida por el Plan General.

Es esta la primera circunstancia que llama la atención: ni el “jurado de expertos”, ni los concursantes, ni los que se oponen al proyecto, ni los defensores del mismo (que también se identifican en otros casos como defensores de la naturaleza), ni los grupos ecologistas, ni los responsables de jardinería de la Alhambra… en fin, nadie ha tenido una sola palabra, un solo gesto, en defensa del arbolado que el proyecto de Atrio pretende destruir.

Del mismo modo que ahora se requiere una modificación (un traje a medida) del Plan General de la Ciudad y del Plan Especial de la Alhambra y el Generalife, es de suponer que también habría que llevar a cabo una modificación del Plan Director, para evitar estas contradicciones. Es lo que tienen los principios marxistas (tendencia Groucho): “Tenemos unos principios… pero si no le gustan, tenemos otros”. Lo que pone de manifiesto la falta de rigor aplicado al proceso administrativo de un concurso de tan alta envergadura y de gran transcendencia para la ciudad.

DISTANCIAS Y VEHÍCULOS

Pero no sólo el arbolado merece un respeto; también el conjunto arquitectónico y sus jardines, que gozan de la declaración de Bien de Interés Cultural. Y el emplazamiento elegido para el Atrio (coincidente en parte con las actuales taquillas y accesos) se aproxima excesivamente a los muros de la fortaleza. Se encuentra a escasos metros de la línea que define el ámbito protegido de BIC y dentro de su entorno o zona de respeto, también delimitada, y en la que hay que ser especialmente delicado con las transformaciones que se puedan producir.

En defensa del Atrio, se ha establecido una comparación con el Museo de la Acrópolis y centro de atención al visitante, pero no se informa que éste se encuentra fuera del recinto sagrado y a más de 300 metros de distancia.

Un ejemplo cercano, Medina Azahara (Córdoba), lo tiene a más de un kilómetro de recorrido; Baelo Claudia (Cádiz) a 200 metros ¿Resulta realmente imprescindible que el centro de atención al visitante de la Alhambra se encuentre a 50 metros de distancia del conjunto monumental?

Entre las personas existen ciertas distancias psicológicas de respeto, en función de sus relaciones y jerarquía (ejemplo de extraños en un ascensor); de manera similar, entre dos construcciones con una diferencia de categoría tan abismal, deberían haberse tomado mayores distancias. Obsesión inexplicable por la proximidad al monumento, que ha dejado en buen lugar a los desafortunados pero modestos edificios de los Nuevos Museos de Prieto Moreno, a los que muchos nos opusimos en su día, por encontrarse excesivamente cercanos al recinto monumental. ¿Podría considerarse una ubicación del Atrio junto a aquéllos? Puesto que su volumetría ya ha sido asumida visualmente en el conjunto, les podrían hacer el gran favor de ocultar sus poco agraciadas fachadas.

La coincidencia espacial del nuevo Atrio con la puerta de acceso actual y las taquillas, presenta otro grave inconveniente ¿Han reparado, la organización o los proyectistas, en que para iniciar los trabajos del Atrio hay que comenzar por el derribo de las construcciones actuales? Esto implica que el conjunto nazarí debería pasar cinco largos años (o seguramente más) sin taquillas ni puertas de acceso. Lo que obligará a la construcción de unos servicios similares, con carácter provisional, incrementando inútilmente el presupuesto. Si no se hubiesen hecho coincidir los emplazamientos, podrían seguir funcionando los accesos actuales hasta la puesta en servicio de los nuevos.

Otro tanto puede decirse de la presencia de vehículos privados y autobuses. ¿Es necesario que accedan hasta las mismas puertas del Generalife? Más bien podría haberse aprovechado esta gran oportunidad para limitar el acceso al entorno de la Alhambra, incluso suprimiendo los actuales aparcamientos en bancales y recuperando estos terrenos (o una parte de ellos) para el uso y disfrute peatonal.

En la mayoría de nuestras ciudades, se tiende a peatonalizar los entornos de catedrales y edificios monumentales, retirando el tráfico rodado de sus proximidades. ¿Por qué en el monumento más importante se fomenta que los vehículos privados y autobuses accedan hasta las mismas puertas del Generalife y a escasos metros de la muralla? En la Acrópolis griega, un monumento con muchas coincidencias con la Alhambra, no se aproximan los vehículos privados, ni los autobuses; ni los aparcamientos se ubican a una distancia tan temeraria.

Con el proyecto de Atrio, los autobuses se introducen aún más en estos terrenos y se crea un aparcamiento soterrado, obligando a los visitantes a desplazarse bajo tierra. ¿No sería más lógico mantener los vehículos alejados y que el tránsito, desde la rotonda del cruce del cementerio hasta el recinto amurallado, fuese de uso peatonal y disfrutando del entorno natural, como también propone el Plan Director? Podrían disponerse sistemas ligeros de traslado, como pasillos rodantes o soluciones similares, de bajísimo impacto visual, que proporcionan un alto rendimiento funcional y una mejora considerable en el confort de los visitantes. Sin necesidad de grandes excavaciones ni complejas obras de infraestructura.

No resulta comprensible que se programe una obra de tal envergadura y transcendencia, con un elevado presupuesto, dando por buenas dos premisas fijas -la ubicación y los vehículos- que son las primeras que habría que poner en cuestión y resolver adecuadamente, con visión de futuro.

GESTIÓN DE ACCESOS

Otros factores, que también se dan por válidos, como punto de partida, son el aforo y el sistema de gestión y control de los accesos. Fuentes del Patronato afirman que se encuentran al límite del máximo aforo admisible, con lo que se consigue ser el monumento más visitado de España y estar entre los 10 primeros del mundo.

Pero, aparte de las medallas que puedan lucir políticos y gestores con este récord, cabe preguntarse ¿realmente esto beneficia al monumento y sus visitantes?
Rotundamente no. Quizás no se presente otra gran oportunidad, para abandonar ese absurdo objetivo de “más que nadie” –como cualquier parque temático privado- y aliviar esa presión de máximos sobre el monumento y sobre los aborregados y sufridos visitantes. Reduciendo ligeramente la cuota de usuarios, se podrán conseguir grandes mejoras; tanto en el disfrute de la visita, como en las condiciones de conservación del conjunto.

A la hora de cuantificar los aforos y las esperas, en el sistema de control de accesos, se está manteniendo un modelo que se basa en distribuir personas que llevan un papel en la mano. Cuando ya se puede viajar, presentar documentos (¡hasta de hacienda!), comprar, vender, y un sinfín de actividades, sin necesidad de soporte material; cuando se limita el uso del papel hasta en las administraciones públicas, para entrar en la Alhambra, sin embargo, seguimos en la era Gutenberg. Que una vez gestionadas telemáticamente las entradas, haya que pasar obligatoriamente por taquilla para recoger el papelito, resulta absolutamente anacrónico, a estas alturas del siglo XXI.

Incluso en la exposición sobre el Atrio, que es gratuita, se entrega a cada asistente un ticket de papel, como mecanismo de control de visitantes. ¿No es suficiente con los apuntes de la amable azafata, que nos recibe a la entrada, solicita los datos de procedencia y lleva la cuenta total de visitantes diarios? Pues no; se ve que sobran árboles. Y los apuntes los realiza (¡cómo no!) en una hoja de papel, en lugar de utilizar una “tablet" u otro dispositivo, que permita el volcado directo de datos para su procesamiento; si es que se usan para algo.

En fin, se habla de la Alhambra del siglo XXI, de la proyección de futuro, de la sociedad de la información, de las redes sociales, de las nuevas tecnologías… pero para estos asuntillos, nos encontramos aún en la burocracia del siglo XIX. Sería muy conveniente repensar la gestión de los accesos, aprovechando para perfeccionar el modelo y adaptarlo a las nuevas tecnologías; lo que daría como resultado un cuadro de necesidades diferente del que ha sido utilizado para dimensionar las previsiones del proyecto.

DIGNIDAD E INTEMPERIE

“La Alhambra necesita una puerta digna (o un acceso digno)”. Esta frase sin argumentación es la que más se repite entre los defensores del proyecto. ¿No les parece suficientemente digno el recorrido de Plaza Nueva a la Puerta del Vino?... el paso bajo la Puerta de las Granadas; el recorrido por la Cuesta de Gomérez y el bosque de la Alhambra; el paso por el Pilar de Carlos V; la Puerta de la Justicia; la Puerta del Vino… La frase constituye una falacia, puesto que la Alhambra ya tiene un acceso natural, cuya dignidad y calidad son inigualables.

Es el acceso tradicional, que va produciendo diversas sensaciones en el visitante, a partir de su paso por el Arco de las Granadas, que refuerza la idea de penetrar en el recinto nazarí. El ascenso pausado (obligado por la pendiente) que permite un mayor disfrute de los sentidos: la luz y la penumbra, el rumor del agua y las hojas, el trino de las aves, los aromas de las plantas, la humedad del bosque, la paz contagiosa de su silencio. Circunstancias que van introduciendo al paseante en el mundo que está a punto de disfrutar.

El cruce en zig-zag y entre tinieblas de la Puerta de la Justicia, le anticipa que su meta ya está próxima. Y –por fin- su llegada a los palacios, desde un punto de vista más bajo, con la imagen imponente de las torres, las murallas y el contundente almohadillado de las fachadas del Palacio del Emperador. No hay proyecto de Atrio, que sea capaz de superar la dignidad de esta secuencia.

Otra cosa es que, desde que fueron trasladadas las taquillas a la parte posterior de la fortaleza, este acceso haya sido marginado, otorgando la prioridad al acceso masivo de autobuses; penalizando así a quienes prefieren seguir utilizando el recorrido tradicional, que somos los residentes en la ciudad y los forasteros que pasan en ella alguna noche. En efecto, una vez llegado a la Plaza de los Algibes, el paseante se ve obligado a salir de nuevo de las murallas, continuar hasta las nuevas taquillas para recoger sus entradas de papel y regresar a su punto de partida, junto a la Puerta del Vino, para dar comienzo a su visita. Con esta absurda interrupción, se pierde el estado anímico que se había conseguido mediante el ascenso por la ruta tradicional.

En combinación con las medidas de gestión de los accesos antes señaladas, ¿cabría plantear un acceso no-centralizado, con objeto de no cargar al visitante peatonal con los inconvenientes que deben sufrir los que acceden en vehículos?. Y quizás también podrían estudiarse medidas de fomento para la utilización preferente del acceso natural del monumento, de manera que estas personas que vienen de fuera de Granada, no se viesen privadas del itinerario que acabamos de describir, y que forma parte indisoluble de la experiencia de vivir la Alhambra.

La segunda frase más repetida, como justificación de la idoneidad de este proyecto, es que “Se necesita una estructura que proteja a los visitantes, mientras esperan para sacar sus entradas”. En mi vida escuché una explicación más peregrina. ¿Qué pasa una vez que tienen las entradas?, su traslado hasta las puertas del Carlos V, o mientras esperan junto al Patio de Machuca, o cuando atraviesan los sucesivos parterres y espacios abiertos; y la llegada hasta el Generalife y el paseo por sus jardines.
¿Se tendría que cubrir todo el recorrido? La mayor parte del itinerario (mucho más tiempo que el de espera) se realiza a descubierto, porque la Alhambra es un monumento al aire libre y está sujeto a las variaciones de la climatología.

Como referencia de refuerzo de estas afirmaciones, suele utilizarse (una vez más) el ejemplo de la Acrópolis, pero citando sólo el titular de la información: “en Atenas se ha construido un nuevo acceso a la Acrópolis”. No es falso, pero dicho sólo así, resulta muy tendencioso. Conozco bien el caso porque presenté un proyecto al “Concurso internacional para el Nuevo Museo de la Acrópolis” (1989). Han leído bien, el nuevo museo, ya que el antiguo (en aquella época aún existente) era una pequeña construcción prismática, ubicada muy próxima al Partenón; pero ni su capacidad, ni sus condiciones, ni su emplazamiento eran los adecuados.

El objetivo prioritario del concurso consistía en retirar aquella construcción del recinto sagrado y realizar un museo en condiciones de albergar todos los hallazgos. Reservando incluso una sala para recibir los Mármoles de Elgin, cuando pudiesen ser rescatados del Museo Británico, donde se encuentran desde 1939, tras haber sido expoliados por el Lord inglés entre 1801 y 1805. Para la ubicación del Museo de la Acrópolis fue elegida una manzana en el barrio contiguo, separada por la avenida Dionisio Areopagita y a una distancia prudencial del perímetro de la Acrópolis.

Como es bien conocido, también la Acrópolis es un monumento al aire libre y sus visitantes están sometidos a las inclemencias del tiempo, con lo que se mojan o les da el sol, en su trayecto entre el centro de visitantes y el recinto monumental; y a lo largo de toda la visita. Es más, a pesar de todas estas innovaciones, se siguen produciendo colas para entrar, de hasta más de una hora, en los meses punta de afluencia de turismo. Es algo que resulta inevitable, como sucede en otros tipos de aglomeraciones como son los estrenos de cine, los partidos de fútbol o los conciertos de los Rolling Stones. Si seguimos el ejemplo heleno, esta oportunidad debería servir para eliminar añadidos impropios al recinto nazarí, en lugar de incrementar su volumen en el mismo lugar donde hoy se encuentran las taquillas.

IMPACTO / COMPACTO

Otro concepto arrojadizo empleado en la polémica, es el impacto. En muchas actuaciones urbanísticas y en determinadas figuras de planeamiento se exige un Estudio de Impacto Ambiental, que en este caso se desconoce si ha sido realizado. Tampoco se ha hablado de estudios previos del subsuelo, tanto en sus aspectos geológicos como en los arqueológicos, que serían imprescindibles para conocer la viabilidad material de los múltiples soterramientos que el proyecto propone.

¿Produce impacto la construcción del Atrio en su entorno monumental?. Los defensores otorgan un no rotundo y los detractores un sí tajante. Aunque argumentos no se aportan. Pero existen algunos indicadores que pueden ayudar a establecer una valoración, aunque no sean métodos exactos.
En primer lugar, es necesario valorar la destrucción que es preciso realizar para llevar a cabo las obras, que además precisan de excavaciones de gran envergadura. A falta de los datos del subsuelo mencionados, ya hemos apuntado en el inicio de este texto la destrucción de un patrimonio vegetal que está protegido por el Plan Director, junto con una importante alteración de la topografía natural. En segundo lugar hay una cuestión de proximidad, que también ha sido analizada. Y finalmente el tamaño, respecto del conjunto (ver imagen de la página anterior).

En algunos planos del Atrio se utilizan recursos gráficos para desdibujar los perímetros, mediante líneas de trazo fino o colores tenues. Pero si se grafía sobre el plano la totalidad de la superficie ocupada por las construcciones, puede comprobarse que su huella supera con creces la del Palacio de Carlos V, que es el cuerpo de mayor entidad del conjunto alhambreño.

Por lo que la conclusión más acertada es que sí que se produciría un alto impacto sobre la situación actual. Y el propio proyecto reconoce esta realidad indiscutible. ¿Por qué se esconde parte de la edificación bajo rasante? para reducir el volumen emergente. ¿La fragmentación en terrazas? para semejarse a las construcciones históricas. ¿La profusión vegetal? para ocultar los muros desnudos. ¿El color de camuflaje? para pasar desapercibida en el entorno. Son recursos y artilugios que tratan de minimizar la presencia de la obra, mediante un burdo escamoteo camaleónico.

Pero… ¿se han tenido en cuenta las recomendaciones de las “Cartas del Restauro” (Atenas 1931, Venecia 1964 y siguientes), que son la doctrina común occidental en el ámbito del patrimonio cultural y arquitectónico? Éstas aconsejan que las nuevas construcciones sean fácilmente reconocibles frente a las auténticamente históricas y deberán evitarse las intervenciones miméticas que induzcan a confusión sobre la autenticidad de las obras.

En este sentido, resultan mucho más honestas y rotundas las propuestas de los dos equipos sevillanos presentadas al concurso (Guillermo V. Consuegra y Cruz+Ortiz) que apostaron, sin ambages ni complejos, por las señas de identidad contemporánea que corresponden a la época de su construcción, en lugar de optar por la vía fácil del eclecticismo mimético.

Desgraciadamente no se ha escuchado comentario alguno sobre la calidad arquitectónica del proyecto en sí, más allá de las muestras de adhesión inquebrantable a toda la obra de Siza. Al recorrer la exposición y escuchar los juicios de algunos visitantes, me ha venido a la memoria la frase de uno de los más grandes historiadores y críticos de arte del siglo XX: Giulio Carlo Argan, profesor de la Universidad de Roma, ciudad de la que fue alcalde en los años 70. Decía que los arquitectos hacen demasiadas cajas de zapatos. Y esa es la pobre impresión que transmite la maqueta de la Puerta Nueva.

La cafetería proyectada semeja una cajita de zapatos sobre una explanada, como un chalet ufano en su parcela. Está situada en la abertura de un patio encarado al paisaje, al que está obstaculizando las vistas. También se ha dicho (en defensa de las dotaciones comerciales del proyecto) que no hay en la Alhambra un sitio para tomar un café mientras se espera. Siempre que he subido, acompañando a los amigos que visitan la ciudad, hemos tomado un pequeño descanso en la cafetería del Parador de san Francisco y jamás hemos tenido el menor problema para encontrar acomodo, ni en el interior, ni en su espléndida terraza; cuyas magníficas vistas son imposibles desde la terraza del nuevo Atrio. ¿Existe realmente tanta demanda?

Otras cajas rectangulares forman el conjunto semienterrado, dejando unas aberturas como patios, con tamaño y proporciones casi coincidentes con las del Patio de los Leones, suplantando una vez más las proporciones y los recursos de la arquitectura nazarí. Si los visitantes van a recorrer los patios auténticos de la Alhambra, ¿para qué se necesitan estas copias desnaturalizadas?
Una última reflexión sobre el concepto “puerta” que forma parte del título del proyecto: “Puerta Nueva”. El acceso al Atrio se realiza desde la parte superior, recayente a la orientación del cementerio. Pues bien, lo que el visitante encuentra al aproximarse es un muro ciego, desnudo y apenas sin huecos, que obliga a rodear un edificio compacto, para ingresar por la parte posterior y volver a salir por el mismo sitio, haciendo un bucle.

PRESUPUESTO MULTIPLICADO

Las Bases del concurso obligaban a la presentación de un presupuesto completo, incluyendo hasta el mobiliario y el equipamiento. En el momento de la adjudicación del concurso, el diario El País (24-2-2011) informaba de un presupuesto de 11 millones de euros. Si, entre esa fecha y la actualidad, se entiende que no se han introducido modificaciones en el proyecto, ¿cómo se han convertido ahora en 45 millones de euros?

Para justificar el elevado presupuesto del Atrio, se ha esgrimido la comparación de su costo con el del Museo de Atenas. Los 129 millones de euros que se emplearon en la construcción del museo griego, corresponden a una construcción de casi 15.000 m2, (triple que el Atrio) con instalaciones museográficas mucho más complejas que las de un simple centro de acogida, incluyendo además el tratamiento especial de los hallazgos arqueológicos encontrados en las excavaciones.
En esa cantidad también están comprendidas las expropiaciones de viviendas que hubo que realizar, para conseguir la propiedad de la manzana completa, gasto que en el Atrio no se produce.
Por último, el proyecto supone enterrar centenares de metros cúbicos de hormigón, ejecutados con dinero público, en una época en que muchas familias son expulsadas de sus casas de ladrillo. ¿Se considera que es la mejor oportunidad para acometer este proyecto? ¿No podría aguardarse un periodo prudencial para su ejecución, aprovechando ese plazo para subsanar todas las deficiencias y centrar los objetivos del proyecto? Si se han esperado varios años ¿por qué ahora esta urgencia?

Si se me permite una modesta recomendación: no se dejen influenciar por el victimismo municipal (“¡dame argo!, dos euros p’al Albaicín”), ni se dejen apabullar por las descalificaciones (catetos, incultos, ignorantes, retrógrados) que la progresía ilustrada dispensa a quienes no opinan igual que su selecto grupo. Tampoco se dejen llevar emocionalmente por los comentarios que han leído en estas páginas.

Visiten la exposición del palacio de Carlos V; contemplen los dibujos y los planos con sus propios ojos y hagan un pequeño esfuerzo por comprenderlos. Recorran las maquetas con su imaginación, intentando evocar las sensaciones que experimentarían en la realidad construida. Escuchen (¡con paciencia!) los elogiosos discursos de los plasmas. Relájense con la lectura de los poéticos textos que adornan las paredes y con los del folleto que les entregarán a su llegada.
No dejen de recorrer el lugar elegido para la implantación del Atrio, con sus árboles y sus taquillas actuales. Visualicen mentalmente el resultado y extraigan sus propias conclusiones. No consientan que los tomen por idiotas.

“Dale limosna mujer / que no hay en la vida nada / como la pena de ser / ciego en Granada”

Granada, Marzo de 2015
Luis López Silgo
Director del Curso de Restauración Básica.


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